sábado, 26 de diciembre de 2009

Concierto de Navidad de Barenboim

La mañana del 24 de diciembre Barenboim dirigió en La Scala, con el Coro y la Orquesta de la casa, un programa “navideño” totalmente atípico, y a mucha honra: dos grandes páginas no operísticas de Verdi: el Cuarteto ampliado a orquesta de cuerda y las Cuatro Piezas Sacras. Creo que era la primera vez que dirigía uno y otras.                                        

El Cuarteto, en Mi menor, es una página maestra poco frecuentemente tocada del autor de Aida, que data de 1873, dos años posterior, por cierto, a esta ópera. Tras los dos minutos iniciales, en los que se produjo alguna vacilación en algunos violines (con los correspondientes desajustes, o casi), la ejecución de las cuerdas de La Scala, fue impecable, lo que no es poco en una obra de esta dificultad. Es más, la sonoridad de los instrumentos de arco fue de una gran riqueza, belleza y pastosidad.

Barenboim, ¡que dirigió la obra sin partitura!, confirió a la página una insólita hondura, una intensidad expresiva y una pasión insospechadas. Por otra parte, “explicó” su estructura como difícilmente lo haya hecho algún cuarteto en una grabación: nunca había entendido tan bien esta obra. Ha sido casi una revelación en toda regla.                                                                                                                                                                                                              Las Piezas Sacras (1898, cinco años después de Falstaff y por lo tanto su obra postrera) tienen bien poco de navideño: una bella, sentida y transparente Ave Maria a capella, un doloroso Stabat Mater, dirigido con un dramatismo y una desazón muy superiores a los de las versiones de Giulini (las dos) y a la de Solti (mis favoritas), un Laudi alla Vergine de gran unción (también a capella) y un impresionante Te Deum, adusto, severo, sombrío, que más que celebrar a Dios lo teme de modo reverencial, y que deja un sabor de indudable amargura.                                                                                                                                                                                                       Características éstas que acentuó Barenboim en su versión, convirtiéndolo en la alabanza a Dios de un agnóstico próximo al fin de sus días. La Orquesta estuvo espléndida, expresiva, brillante y poderosa, y el Coro, muy ajustado: éste es mucho mejor de lo que parece cuando canta ópera en escena, y los desajustes, casi inevitables cuando sus componentes actúan, prácticamente desaparecen cuando cantan quietos y juntos. La entrega e implicación de ambos conjuntos fueron evidentes.

                                                                                                        Con frecuencia se ha señalado el parentesco de las Piezas Sacras verdianas con alguien tan aparentemente alejado de Verdi como Bruckner. El argentino, gran conocedor de este último, no dejó de manifestar todo lo posible estas afinidades, así como con la última Misa (D 950) de Schubert. Lo mismo que el Cuarteto traía a la mente en algún momento la Noche transfigurada de Schönberg, 26 años posterior.                                                                                                                                                                                                        Creo que Barenboim es, también, un espléndido intérprete de Verdi, a juzgar por su Requiem, por su Otello, y por su Aida (sólo conozco la antigua en Berlín, con Varady y Pavarotti), por no hablar de las oberturas de I Vespri Siciliani (Berlín, 1993: alucinante) y La forza del destino (la grabada con la Orquesta del Diván, sencillamente la más genial que haya yo escuchado). A falta de conocer su Traviata, se añaden ahora este Cuarteto y estas 4 Piezas. Y pronto podremos conocer su Simon Boccanegra, con Plácido Domingo como protagonista…

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