viernes, 16 de septiembre de 2011

Pappano no basta para salvar su “Guillaume Tell”

Guillermo Tell, la última ópera de Rossini y seguramente la mejor de las serias que nos ha legado, se interpreta y graba menos que otras debido, más que a su duración, a la enorme dificultad de reunir un elenco vocal que le pueda hacer justicia. Sólo hay tres grabaciones importantes: Bacquier, Caballé, Gedda/Gardelli (EMI 73), Milnes, Freni, Pavarotti/Chailly (Decca 80) y Zancanaro, Studer, Merritt/Muti (Philips 89). Esta que ahora se publica –grabada por EMI, en versión de concierto con público, en octubre y diciembre de 2010– se ha hecho esperar más de dos décadas desde la última. Ninguna de esas tres me parece de primer orden, pues cojean de aquí o de allá.

En todo caso la de Lamberto Gardelli (la otra en francés, pues tanto Chailly como Muti optan por la versión italiana) sigue siendo la que más me gusta en conjunto; el tantas veces insulso Gardelli está bastante bien, y su trío protagonista es el más sólido: un Gabriel Bacquier muy competente, una Montserrat Caballé sublime y un Nicolai Gedda algo mayor pero con la voz ya algo oscura y cuasi heroica, artista de los pies a la cabeza y entregado en cuerpo y alma. Para mí, ni Riccardo Chailly ni Riccardo Muti dieron la medida de sí mismos. Sí la da Antonio Pappano (salvo, quizá, en una obertura sólo correcta y en algún que otro pasaje, como el precipitado final del dúo Arnold/Mathilde en el acto II). Por cierto, la obertura más extraordinaria que he escuchado es de Muti, pero no la de la ópera completa, sino la de su disco de oberturas con la Philharmonia (EMI 80), por encima incluso de la mítica de Carlo Maria Giulini con la misma orquesta (EMI 65). Pero, en general, el pulso teatral de Pappano queda bien patente, cargando las tintas acertadamente en la energía y el dramatismo de esta ópera, y subrayando cómo se anticipa a Verdi. El Coro de la Academia de Santa Cecilia de Roma, de intervención larga y decisiva, está bastante bien, y algo menos la Orquesta de la misma institución, que muestra algunas limitaciones (violines en el final del acto I, por ejemplo).

De los tres cantantes principales, sólo me ha gustado mucho Gerald Finley, que encarna con autoridad y canta con nobleza el personaje titular, que sin embargo apenas tiene arias o dúos importantes. Malin Byström es una voz de soprano demasiado ancha, con un centro opulento, pero no muy maleable y menos ágil. Tanto Mirella Freni como Cheryl Studer (y no digamos Caballé) están bastante mejor. El mayor problema está en el papel más destacado, el de Arnold, que requiere un tenor de cierta anchura y heroicidad, con un registro agudo y sobreagudo rutilante. John Osborn es muy lírico, engolado, con un timbre poco atractivo, agudos pequeños y carentes por completo de squillo: no canta mal, pero me parece una elección errónea. Lástima, porque la mayor parte de los secundarios son buenos o muy buenos (es el caso de la Hedwige de M.N. Lemieux, y, sobre todo, del Ruodi de Celso Albelo, tenor lírico canario que trae a la mente de inmediato a Alfredo Kraus). La grabación no es muy buena; para mi gusto, la otra de EMI, 38 años anterior, ¡es mejor!

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