sábado, 8 de octubre de 2011

“La dama de picas” de Tchaikovsky por Rozhdestvensky y Dodin en la Ópera de París


Acaba de salir en DVD una singular, extraña, versión (Arthaus 107317. Ópera Nacional de París, 2005) de La dama de picas, una de las dos (con Oneguin, claro) geniales óperas de Tchaikovsky, de la que sigue sin haber una interpretación de primer orden. Es incomprensible: Plácido Domingo, que lo ha grabado, como quien dice, todo, sin embargo no ha registrado esta ópera. Y es una lástima, porque, para mí, es el único grandísimo Herman que he escuchado. Vladimir Galouzin posee la voz dramática y el temperamento requeridos para el atormentado, obsesivo, casi enloquecido personaje. De hecho, su encarnación es creíble y convincente. Pero... canta bastante mal. Hay muchos aficionados para los que esto parece secundario, siempre que la voz sea grande, imponente. Pero no es mi caso. A Hasmik Papian, Lisa, le pasa algo parecido, pero con gravedad mucho menor: es una soprano dramática, le sobra algo de caudal y le cuesta controlarlo. Y aunque sus intenciones vuelven a ser encomiables, e incluso conmueve en su aria (cuadro VI), los problemas canoros no desaparecen. El caso más grave es, con todo, el de Nikolai Putilin como Tomsky: tuvo una voz robusta, pero nunca cantó, que yo sepa, ni medianamente bien. Y aquí está ya bastante mayor, con lo que los defectos sólo se han acrecentado. Ludovic Tézier (Yeletsky), en cambio, aun poseyendo también una voz firme, canta con buena línea su melódicamente bellísima aria del cuadro III, sin llegar a la nobleza de Weikl, Hvorostovsky o Trekel. La otra aria más bella en lo melódico, la de Polina (cuadro II), está cantada y expresada de modo admirable por Christianne Stotijn. En cuanto a la anciana Condesa, la voz de Irina Bogatcheva, aunque mayor, no es una ruina (como pasa a veces), y se desenvuelve con soltura y maleabilidad, sobre todo cantando en piano, pero carece quizá del carisma de otras de sus colegas en este interesante papel (Arkhipova, Resnik, Forrester, Obraztsova...). La dirección musical de Gennadi Rozhdestvensky, sin cargar tanto las tintas fatalistas como Rostropovich, es sabia, intensa y acertada (magnífico el final mismo de la ópera), pero se ve quizá un poco perjudicada por un nivel algo bajo en la grabación de la orquesta (correcta, como el coro). Lo más discutible de la publicación es, sin duda, la escena de Lev Dodin, empeñado en darle la vuelta a casi todo, cayendo en la monotonía (los dos primeros actos enteros, salvo el último minuto, transcurren en la habitación de un manicomio) y en no pocos absurdos –salvo que nos convencieran las explicaciones, ignotas, que pudiese ofrecer–. El número de locos va aumentando conforme avanza la representación, pero de pronto pueden dejar de estarlo... La zarina, que se presenta al final del acto II, resulta ser la Condesa; tras su suicidio, Lisa vuelva a aparecer en el casino, y baila con unos y otros... Etc. Buena calidad técnica y subtítulos en castellano.

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