lunes, 8 de octubre de 2012

La mejor Orquesta del mundo en todo su esplendor. Caja Solti de Sony (3 DVDs)


   

 

Lo que fueron en su día tres laser discs han sido vertidos ahora (¡por fin!) a DVD: podrían haber cabido en dos, pero bueno, bienvenida sea la publicación, que además está a un precio realmente muy, muy bajo (25,99 € en la FNAC; a El Corte Inglés aún no ha llegado). Se trata de tres conciertos de Sir Georg Solti y su Orquesta Sinfónica de Chicago en Tokio, en 1986 (Mozart, Mahler) y 1991. Es decir, en estos últimos estaba a punto de cederla a su sucesor, Daniel Barenboim. (El primer concierto tiene un contraste algo mermado entre claros y oscuros, lo que no ocurre en los dos siguientes. Pero el sonido en los tres DVDs es verdaderamente excelente: para disfrutar al máximo).
El primer DVD contiene una Sinfonía 35 “Haffner” de Mozart muy canónica, sin nada de particular. No es extraordinaria ni muy personal, pero sí rigurosamente impecable. Y sigue una sensacional Quinta de Mahler, para mí la más satisfactoria que le haya escuchado a Solti, uno de los grandes directores mahlerianos. Ligeramente más lenta, movimiento a movimiento, que la de su famosa integral (grabada en el Medinah Temple de Chicago en 1970), ésta sigue unos patrones no muy diferentes, pero sí está un poco más matizada y muestra un fraseo algo menos rígido. Es una interpretación implacable, de notable dureza, sin devaneos sonoros, de hondo sentido trágico y fatalista; lo que no impide un finale bastante optimista, o al menos lúdico. Cada vez lo tengo más claro: Mahler suele salir ganando con estos planteamientos sobrios, alejados de los excesos delicuescentes y hasta amanerados tan frecuentes en los últimos tiempos. Una de las grandes Quintas –no solo en DVD–, en suma. Y puede que la mejor tocada. Las Filarmónicas de Berlín y Viena, y otras grandes orquestas, la han tocado más o menos tan bien, pero ninguna otra posee un sonido tan esplendoroso y brillante: algo verdaderamente descomunal, sobre todo en lo que se refiere al metal. Menciones especialísimas al trompeta Adolph Herseth y al trompa Dale Clevenger. Resulta enternecedor ver en el rostro de Solti, al final del concierto, en medio de aplausos encendidos, la expresión de alivio de que las cosas han salido bien.
Si este fue sin duda el programa de un concierto, en el de la Obertura de Egmont y la Quinta de Beethoven falta alguna obra que se debió de tocar entre una y otra (¿?); sí se filmó la propina, la Marcha húngara de La condenación de Fausto de Berlioz. Esta versión de Egmont me gusta más que sus dos grabaciones anteriores: está dicha con algo menos de premura y me suena más sincera y profunda. Una de las grandes versiones de la extensa discografía de esta página. Esta Quinta beethoveniana no es tan violenta y arrolladora como la de su primera grabación, con la Filarmónica de Viena (1959), ni tan apolínea y perfecta –asombrosa, alucinantemente perfecta– como su última grabación con esta misma Orquesta (1988); es una aproximación bastante clásica que, para mi gusto, peca de cierta prisa y falta de personalidad en sus dos primeros movimientos, pero que remonta en los dos últimos. Es decir: una versión importante, aunque no una de las más grandes. Eso sí, de las mejor tocadas que puedan hallarse. La propina fue la bomba: la Marcha berliociana fue una exhibición tal de la Orquesta que deja atónito. ¡Los trombones son de otro planeta! ¡Qué animalada, en el mejor sentido! Rugidos de admiración al final.
Los Cuadros de una exposición son punto y aparte: después de una interesante introducción de Solti, tocando también el piano y con fragmentos de los ensayos orquestales (26 minutos en inglés, con subtítulos en francés y alemán), la ejecución en Tokio es mi favorita de cuantas versiones haya yo escuchado de esta partitura. A diferencia de otras que miran algo más a Ravel, ésta, sin dar la espalda al francés, procura sonar con un color más ruso. Las mejores orquestas del mundo han grabado una y otra vez esta obra, con resultados muchas veces asombrosos; pues bien, ¡nunca como aquí! La precisión rítmica y articulatoria que logra Solti, con algunos reguladores dinámicos y algunas acentuaciones de una seguridad y perfección que apabullan, culmina en los dos números últimos en una exhibición de potencia y belleza sonora como jamás se haya escuchado algo igual. La Sinfónica de Chicago no solo posee una cuerda de una perfección, belleza y maleabilidad inenarrables; las maderas son la repanocha (a un nivel solo escuchado antes en la Philharmonia de Klemperer). Pero el metal y la percusión... no, nunca se ha escuchado algo parecido. “La Gran Puerta de Kiev” tiene toda la monumentalidad y grandeza deseables, pero no hay nada de grandilocuencia, porque la pasión la envuelve por completo.
Es, en definitiva, una de las mayores exhibiciones orquestales que haya oído nunca, en ésta o en cualquier orquesta.





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