sábado, 12 de julio de 2014

“Giovanna d’Arco” con Netrebko, Meli, Domingo y Carignani en D.G.

 
Ya se sabe: Giovanna d’Arco (1845), séptima de las óperas de Verdi, contiene, como todas las de su primer periodo –ese anterior a Rigoletto en el que sobresalen Nabucco, Ernani, Macbeth y Luisa Miller– momentos de inspiración melódica, fuerza, garra y sentido dramático y teatral, a la vez que no le faltan otros que se acercan o caen de lleno en lo convencional, en lo charanguero y en lo vulgar. Pese a su tosquedad, se adivina al compositor genial que llegará a ser y al transmisor de sentimientos dotado de una fuerza incontenible. En todo caso, hay que reconocer que esa misma tosquedad tiene muchas veces algo de atractivo; quizá por su implacable sinceridad.

Como casi todas las óperas juveniles de Verdi, Giovanna d’Arco se graba de tarde en tarde: por no ser una obra maestra y por la dificultad para hallar cantantes que le puedan hacer justicia. La gran competidora para la versión que Deutsche Grammophon acaba de lanzar –a cargo de Netrebko, Meli, Domingo y Carignani, grabada en público en Salzburgo en agosto de 2013– es la justamente famosa de EMI 1973 (en estudio), con Caballé, Domingo, Milnes, la London Symphony y Levine. Primero he escuchado la recién publicada, luego he repasado la de EMI y finalmente he vuelto a la nueva.

Las cosas me parecen ya bastante claras: Anna Netrebko me deslumbró por cómo le ha ensanchado la voz sin haber perdido esmalte y belleza arriba, por la hermosura de su línea de canto, por su impecable buen gusto, por su dulzura y su empuje, por su constante expresividad (en su debe, una cierta lentitud en ciertas coloraturas: para mí una carencia menor). En fin, que es una gran y completísima cantante y hay que congratularse de que haya hoy dos sopranos verdianas como Anja Harteros y ella. De sobra sabía que Caballé, en plenitud vocal, hacía una Giovanna memorable. Pero la escucha seguida me ha dejado bien claro la distancia que existe entre lo muy bueno y lo absolutamente extraordinario y deslumbrante, que es lo que corresponde a la (por algunos tan denostada: ¡hay quienes siguen sosteniendo que sus únicas virtudes fueron exclusivamente vocales y canoras!) soprano catalana, cuya interpretación aquí, en todos los aspectos, muy difícilmente podrá ser igualada.





El joven Domingo, por si a alguien se le ha olvidado, sigue sin tener rival en este y otros muchos papeles, verdianos, puccinianos y de otros autores: su Carlo VII es impresionante, se le mire por donde se le mire. Sólo cometió aquí, en mi opinión, un error: empeñarse estúpida e innecesariamente en emitir un Do al final de su cabaletta del Prólogo, que, claro está, no le queda bien, sino escuálido y que parece proceder de otra voz. Francesco Meli hace lo que puede, que no es gran cosa: la materia prima es buena, los agudos firmes (no emite el tal Do, por cierto), y poco más. Esto es lo que hay hoy para los papeles lírico-spinto de Verdi (Kaufmann aparte, que no tiene tiempo de estar en todas partes...)

Mucho se habla, a veces para ponerlo a caer de un burro, sobre el Domingo barítono. Yo comprendo que a algunos no les guste, están en su derecho, tal vez porque el color de su voz nunca ha llegado a ser verdaderamente baritonal, y a esto se le puede dar la importancia que cada uno quiera darle. Pero no puedo aprobar la descalificación de plano que les lleva a algunos (suelen ser, mira por dónde, aquellos que nunca se entusiasmaron con el tenor de su mejor época). Bueno, lo cierto es que este personaje de Giacomo apenas se presta a desplegar el arte extraordinario que Domingo ha demostrado, por ejemplo, en su Boccanegra de comienzos de este siglo XXI. Así que una voz que ya muestra signos claros de fatiga y que no dispone de muchos momentos para lucir su línea, su estilo y su incomparable fuerza expresiva no sé si compensa. Ahora bien, al medirlo con Sherrill Milnes, la cosa no está del todo clara: el americano poseía una voz baritonal de primera clase y cantaba con corrección y –en esta ocasión– sin problemas de afinación, pero su intervención es un poco “sota, caballo y rey”, sin grandes matizaciones; Domingo, sin duda, le supera en caracterización e inteligencia. Usted decidirá.

Y en cuanto a las batutas: el entonces joven (29 años) y casi desconocido James Levine nos sedujo y hasta asombró: es cierto que su empuje, su fuerza, su garra y su espontaneidad siguen pareciéndome tremendas, consiguiendo de la London Symphony (muy superior, claro, a su posterior Orquesta del Met) un sonido netamente verdiano de primera época (más tarde Levine se volvería no sólo tremendamente desigual en sus Verdi, sino que gustaría de un sonido mucho más seco y cortante: toscaniniano). Aun con todas estas virtudes, su labor en esta Juana de arco no llega al nivel de los Verdi del joven Muti (Nabucco, Macbeth), resultando un poco menos consciente y controlada, algo más primitiva y de brocha gorda. Aun así, Levine hizo aquí, para mi gusto, el mejor Verdi de toda su carrera. En la grabación de 2013, el no muy conocido Paolo Carignani (nacido en Milán en 1961), que tiene en su haber una espléndida Tosca en DVD (Magee, Kaufmann, Hampson, Zúrich 2009. Decca) acierta de lleno con cómo debe ser y sonar el joven Verdi; su labor parece algo más estudiada y algo menos impulsiva que la de Levine, y aunque la Orquesta de la Radio de Múnich no pertenece a la élite, obtiene de ella una respuesta muy estimable. Muy bien, también, el Coro Philharmonia de Viena, que no envidia en esta ocasión a los Ambrosian Opera londinenses. La toma de sonido de D.G. es excelente, como también lo es (excepcionalmente) la de ¡cuarenta! años antes.





1 comentario:

  1. Cómo se puede ser critico y ser tan poco crítico no con el desempeño de estos dos cantantes en esta obra sino con su labo como cantantes.
    no voy a centrarme en esta ópera que no me llama la atencion. Sólo diré un par de cosillas:
    Caballe ha sido una buena soprano, si me apura podría decir que fue una muy buena soprano y una de las grandes del siglo XX pero junto con otras muchas que, a lo mejor menos mediáticas no fueron menos buenas e incluso si me apura, mejores en un plano vocal (Joan Sutherland y Renata Tebaldi -añadiría la joven Leontyne Price o la Milanov en Verdi -) o en un plano interpretativo ( Callas, Gencer, Scotto).
    Caballé nunca fue una cantante actriz no construía sus personajes desde el recitativo, reconociendo que en papeles determinados sí se puede ver mayor implicacion dramatica que en otros ( Norma y Elisabetta del Devereux)
    Insisto que estamos ante una grande, aunque adolece sus interpretaciones en directo y grabaciones de cierta irregulalidad: deslumbra en Liu y atormenta en Gioconda. Una soprano que grabó demasiado con una buena voz y tecnica depurada pero no tan buena como para brillar en todo repertorio, tal como le exigía su dueña.

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