viernes, 29 de mayo de 2015

Andris Nelsons: ¡qué gran director puede perderse la Filarmónica de Berlín!




Nelsons dirige en Ibermúsica Beethoven, Prokofiev, Dvorák, Mozart y Bruckner

Los días 27 y 28 de mayo ha puesto Andris Nelsons el cierre al ciclo de Ibermúsica con dos conciertos al frente de la Orquesta Sinfónica de la Ciudad de Birmingham. En las cinco obras escuchadas ha quedado patente, una vez más, que el letón es un músico excepcional: un director como solo surge uno cada varias décadas. Es posible que, desde el joven Barenboim, no haya surgido otro talento de tal calibre en las músicas más comprometidas. Nelsons, en efecto, posee una capacidad impresionante para construir, para conferir unidad y coherencia a las grandes formas sinfónicas -ha sido evidente en las dos Sinfonías escuchadas anteayer y ayer, las Séptimas de Dvorák y Bruckner- , posee una musicalidad casi infalible para entender en profundidad y recrear las grandes composiciones y, finalmente, sabe con enorme competencia cómo ponerlas en sonidos, gracias a una técnica tan personal como extraordinariamente eficaz. Ya la Obertura de Prometeo de Beethoven me produjo asombro por su estilo y sonido beethoveniano, su vigor, su clara anticipación de Egmont. El Segundo Concierto para violín de Prokofiev no es que pueda definir a un director, pero desde luego que es difícil sacarle más partido, con tal claridad, incisividad y lirismo, a su parte orquestal. En cuanto a Baiba Skride (Riga 1981), quizá no sea la obra que más le convenga, pero supo adaptarla a sus propias cualidades: un sonido de impecable pureza, no muy expansivo. Dio colmada réplica al lirismo, cálido e íntimo, que sin duda posee la partitura. Pero el despliegue de virtuosismo, fuerza y brío del finale le conviene algo menos.

Me alegro mucho de que Nelsons haya programado una obra tan maravillosa y poco escuchada como la Séptima Sinfonía de Dvorák, que se halla al mismo altísimo nivel de las dos que le siguen. Mostrando con nitidez el parentesco que la une a Brahms -especialmente a la Tercera- Nelsons la edificó con apabullante solidez, la hizo fluir con la mayor naturalidad y lógica al tiempo que encontró en ella múltiples recovecos a los que no siempre se atiende. Concentró el dramatismo de la obra en un impactante finale, particularmente opresivo y trágico. Una vez más, Nelsons nos recordó por su cantabilidad al más grande Giulini (en concreto su grabación con la London Philharmonic, EMI 1978), si bien cargó algo más las tintas en la negrura de la obra. Pese al enorme éxito, no hubo propina.

Si en Prometeo las cuerdas sonaron con belleza, corporeidad y exactitud admirables, y en Prokofiev se lucieron de lo lindo las maderas (y todo lo demás), en Dvorák se pudieron apreciar en cambio ciertas limitaciones de la Orquesta de Birmingham, en particular en los metales. En el Cuarto Concierto para violín de Mozart que llenó la primera parte del segundo día, escuchamos por primera vez a Nelsons algo de ese compositor, al que sirvió de modo cabal: se trata de un Mozart juvenil, sin duda menor, que sonó fresco, vital y espontáneo, nada banal ni pimpante. Ejemplar igualmente la Skride en una música que le va como anillo al dedo, desplegando un lirismo debidamente contenido pero muy comunicativo. Excelente la orquesta, que sin embargo en la Séptima de Bruckner volvió a mostrar ciertas deficiencias en, sobre todo, trompetas y trompas. Con destacadas intervenciones de la estupenda flautista (Marie Christine Zupancic) y del sensacional timbalero (el joven Niels Verbeek), la interpretación de ayer pudo ser magistral de haber contado Nelsons con una orquesta de primera clase. Pero el notable conjunto de Birmingham no es muy adecuado para Bruckner: el metal como conjunto y la cuerda grave no son lo suficientemente sólidos y compactos, dando como resultado un sonido un poco gritón y con excesiva presencia de los agudos en los fortísimos.

También era la primera vez que le escuchaba Bruckner a Nelsons. Prueba superada con sobresaliente: magnífica armazón sin por ello descuidar precisamente las transiciones o multitud de detalles, siempre acertados, cantabilidad tan bella como intensamente emotiva, sabia planificación de las tensiones. Impresionante: mantuvo la atención del personal transmitiéndole con fuerza la excelsitud de la genial partitura. Ayer tuve la sensación de que el joven director ha escuchado atentamente la última grabación de Barenboim (DVD/Blu-ray Accentus 2014), impresión que he corroborado esta mañana volviendo a escuchar ésta. Versión nada morosa a lo Celibidache, sino de expresión más directa, intensa y palpitante, con un finale especialmente escarpado (en el que, sin embargo, insertó algunos silencios para mi gusto excesivos: justo en uno de ellos sonó, cómo no, un móvil). Hasta en la duración de los movimientos son muy similares, con la excepción del Adagio, en el que Nelsons se dilató como un minuto más, hasta 22'30" (por cierto, es la primera vez que la escucho sin el tremendo golpe del platillos en el clímax). Lo que no es equiparable entre ellas son las orquestas: la Staatskapelle Berlin posee un sonido Bruckner de libro.

Nelsons, que este año deja a la orquesta británica para dedicarse de lleno a la ilustre Sinfónica de Boston, tiene contrato con ésta hasta 2018. El año en que queda vacante la Filarmónica de Berlín, pues Rattle (músico, en mi opinión, no tan grande como Nelsons) se va a la London Symphony. No comprendo qué otros directores pueda barajar la gran centuria alemana que puedan interesarle tanto como el letón nacido en 1978. Pero, por lo que ha trascendido, no todos los músicos de la orquesta má famosa del mundo deben de pensar lo mismo.

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