jueves, 7 de abril de 2016

David Afkham con la Orquesta Juvenil Gustav Mahler en Ibermúsica



 
En un programa larguísimo, alargado aún más por el caos en la recolocación de los atriles entre las dos primeras obras -concluyó ayer a las dos horas y treinta cinco minutos de haber comenzado- consistió el primero de los dos conciertos ofrecidos por el joven director alemán de origen iraní al frente de la sensacional Gustav Mahler Jugendorchester. En mi opinión, fue de más a menos, hasta el punto de gustarme muchísimo la interpretación de la primera pieza -Métaboles de Henri Dutilleux-, mucho la segunda -la Música para cuerda, percusión y celesta de Bartók-, algo menos la tercera -el Primer Concierto para violín del mismo autor- y muy poco la última, la Quinta Sinfonía de Beethoven.  

Dutilleux
Es sorprendente y llamativa la sintonía de tantos directores de las dos o tres últimas generaciones para entender buena parte de la música contemporánea o reciente. Aunque no conozco bien la pieza Métaboles, de 1964, fue muy evidente que Afkham la desentrañó y puso en sonidos con extraordinaria solvencia y lucidez, explicándola con la mayor claridad y resaltando los valores de su magistral orquestación. La orquesta funcionó como un reloj, con un nivel instrumental individual altísimo -es casi imposible destacar a tal o cual solista- y una conjunción sobresaliente (Por cierto, el porcentaje de músicos españoles es muy elevado, lo que debe llenarnos de orgullo). Creo que a la llamada música contemporánea le aguarda un futuro muy prometedor, pues los intérpretes la suelen entender mucho mejor que hace unas pocas décadas.

Dos Bartók
La Música para instrumentos de cuerda percusión y celesta, para mí la obra cumbre orquestal de al menos la primera mitad del siglo XX, recibió una interpretación excelente, con solo alguna mínima reserva. Es claro que Afkham la ama a fondo y la comprende muy acertadamente. El Andante tranquillo fue, con toda intención, desolado y como yerto, lo que no es lo mismo que frío por incapacidad de expresar nada. El ascenso hasta el clímax estuvo formidablemente bien planificado. No demasiado salvaje el Allegro, sino más bien contenido; algún desajuste cerca del final empañó levemente la transparente ejecución de esta terriblemente difícil página. Hondo, misterioso, inquietante y hasta sobrecogedor el Adagio, con solo algún glissando en los violines un poco exagerado, para mi gusto. Vibrante y muy húngaro el final, con accellerandi perfectamente resueltos: sensacional, de no haber sido por el forzado, excesivo rallentando de la última frase, que últimamente tantas veces se oye hacer.
El Primer Concierto para violín del mismo autor se está tocando y grabando mucho últimamente: lo merece, en mi opinión. Pero Frank Peter Zimmermann no me convenció del todo: con una sonoridad un poco parca y escaso en cuanto a personalidad, quiso resolver el intenso de lirismo del Andante sostenuto a base de profusión de portamentos, y tampoco estuvo muy fino en el Allegro giocoso, sobre todo al comienzo. La batuta se mostró en extremo atenta, nítida e intencionada.

...y Beethoven
El nuevo y joven director de la Orquesta Nacional de España es sin duda un director muy dotado, técnicamente dominador y capaz de grandes aciertos, pero ayer me dejó claro que no tiene una idea que yo pueda compartir acerca de la Quinta de Beethoven, si es que hubo alguna idea consciente o solo un pasaporte para ejecutarla con pericia. ¡Ay, Beethoven, qué difícil es! Tal vez influido por alguno de los horrores que algunos directores han descubierto últimamente, no lo sé, lo cierto es que ayer esta obra capital quedó desprovista de pathos, de dramatismo, de tensión casi en todo momento. Rápida, nerviosa, sin respiros, de sonoridad liviana, levantó el vuelo en el último tramo del Allegro con brio para caer en la mera elegancia, con sonido muelle, hasta incorpóreo y etéreo, en el Andante con moto: ¡qué inadecuado! El scherzo fue algo tan inconveniente como lúdico, casi juguetón, con levedad en el vendaval que debe ser el recitativo de cellos y contrabajos. Algo remontó el finale, aunque solo en un par de pasajes en los que la batuta al fin se encendió. Pero la incoherencia de la versión -concluyo irremediablemente que sin una idea consistente detrás- fue demasiado palpable.
(Hoy hacen otro programa la mar de interesante y exigente, al que no puedo acudir: Lontano de Ligeti, el otro Concierto para violín de Bartók -tambien, ay, con F. P. Z.- y... ¡qué miedo me da!, la Sinfonía Heroica).

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