viernes, 10 de febrero de 2017

David Robertson y la Sinfónica de San Luis en Ibermúsica



Copland, Rolf Wallin y Beethoven

El estadounidense (Santa Mónica, California, 1958) David Robertson dirigió anoche, 9 de febrero, por primera vez para Ibermúsica (esta noche lo hará de nuevo) al frente de la Orquesta de la que es titular desde 2004, la St. Louis Symphony. Fue un concierto destacado y agradable, pues la Orquesta es disciplinada y poco personal, pero más que competente; lo más endeble me parecieron las trompetas y los contrabajos, mientras contaba con solistas espléndidos como el primer flauta, el primer clarinete y la primera oboe. La suite de Appalachian Spring de Copland (Manantial de los Apalaches, según el autor de las notas, Carlos de Matesanz, y no Primavera Apalache como se suele traducir) recibió una lectura muy adecuada desde el punto de vista ambiental o evocador de los paisajes. Me parece una pieza con páginas felices que no se libra de alguna vulgaridad. Me pregunto si Kussevitzky, Ormandy, Bernstein, Dorati, Mehta o Tilson Thomas se hubiesen ocupado de llevarla al disco de haber sido compuesta por un español (Óscar Esplá, Rodolfo Halffter o algún otro): creo que no. Además, Copland tiene en su haber música mucho mejor (el Concierto para clarinete, por poner un solo ejemplo).

El sensacional trompetista sueco Hakan Hardenberger (n. 1961) tocó luego Fisher King, concierto del noruego Rolf Wallin (n. 1957) compuesto en 2011 y dedicado al solista que lo tocó anoche, con enorme solvencia, valiéndose de dos trompetas de diferentes tamaños y multitud de sordinas y otros artilugios. Es una obra que, al menos en una primera audición, resulta algo fatigosa (dura media hora) y farragosa, difícil de seguir y de una orquestación quizá aquí y allá en exceso frondosa. Wallin estaba presente en el patio de butacas y, al localizarlo, Robertson bajó de un gran salto y lo aupó al escenario.

No estaba yo muy animado para la segunda parte, y sin embargo Robertson y sus músicos ofrecieron una Séptima Sinfonía de Beethoven más que apañada: sensata, sin buscarle tres pies al gato y, sobre todo, muy vibrante, entusiástica y de vitalidad contagiosa. Sigo pensando que el Allegretto gana mucho si se toca como Andante, como suelen hacer los más grandes directores beethovenianos (lo que no ocurrió ayer). El trio del scherzo tuvo curiosos toques humorísticos. Y el finale, que empezó muy lúdico, fue cobrando más y más vigor en una visión -acertada, para mi gusto, aunque por supuesto caben otros enfoques- no poco orgiástica. Tras los insistentes aplausos, el simpático y comunicativo Robertson tuvo el detalle de preguntar al público, en español, si podían tocar algo más, a lo que todos dijimos al unísono: "¡¡Sí!!". Hicieron, con un sentido muy español, la Danza ritual del fuego de El amor brujo, muy bien tocada además: un buen detalle el de preparársela.

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